sábado, 30 de enero de 2021

Artículos: Símbolos que molestan


Si es cristiano, el arte les ofende

Carlos Colón, Diario de Sevilla, 26/01/21

Hago algunas precisiones a la protesta de una asociación laicista porque en el Hospital Virgen Macarena, del que lo primero que les ofende es el nombre, se haya decorado un pasillo con un mural que reproduce en varias versiones el rostro de la Esperanza.

No es cierto que el mural infrinja "flagrantemente la aconfesionalidad del Estado establecida en el artículo 16.3 de la Constitución". Dicho artículo dice: "Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia católica y las demás confesiones". Y un mural con el rostro de la Macarena en un hospital público no confiere carácter estatal al catolicismo.

No es cierto que se trate de una "falta de respeto a los usuarios del servicio público de salud que ostentan distintas confesiones o ninguna". Porque, además de un símbolo religioso católico, se trata de una obra de arte del siglo XVII que quien practique cualquier religión o ninguna puede apreciar por su valor y belleza como se apreciaría una escultura pagana, una Pachamama, un Buda de la Gran Compasión o una Mano de Fátima. Seguro que en estos casos no se habría protestado porque lo que molesta no es su carácter religioso, sino que sea cristiana.

No es cierto que la religión deba mantenerse constitucionalmente en el ámbito privado, fuera del espacio público y común. No debe confundirse la separación entre el Estado y la Iglesia con el laicismo que pretende censurar las libres expresiones públicas de la Iglesia y de los católicos recluyéndolas en el ámbito privado. La Iglesia y los católicos tienen tanto derecho a intervenir en el espacio público como cualquier otra asociación y otros ciudadanos a hacerlo aportando sus convicciones o valores. El primer punto del artículo de la Constitución invocado "garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley". Y no creo que un mural de la Esperanza atente contra el orden público.

Es oportuno recordar lo que dijo Tierno Galván cuando se negó a quitar el crucifijo de su despacho: "No soy creyente. Pero la figura del Crucificado es para mí un gran símbolo: es el hombre que dio su vida por defender hasta el final una causa noble".


La horterada macarena 

Javier González Cotta, Diario de Sevilla, 27/01/21


En Sevilla y Madrid el personal anda tirándose murales a la cabeza. La villa y corte ha estrenado con fuerza 2021. Tercera ola aparte, la capital sufrió la telúrica explosión de gas en la calle de Toledo y aún se recupera de la ira blanca de Filomena. Ahora andan con polémica de género por un mural feminista pintado en un polideportivo de Ciudad Lineal. La Junta de Distrito ha decidido borrarlo y sustituirlo por otro inspirado en el deporte paralímpico. Aduce el munícipe de turno del PP que en el mural morado hay más carga ideológica que sincera lucha por la igualdad. El murete de la discordia ofrece rostros de mujeres de combativo historial. Aparte de la inevitable Frida Kahlo (no sabemos qué le ven de icónico a la ubicua cejijunta), aparecen los retratos de la afroamericana Rosa Parks, la literata Chimamanda Ngozi o la filósofa marxista Angela Davis. También aparecen mujeres que el munícipe no considera ejemplares. Entre ellas la comandanta Ramona (que utilizó a niños soldado para el ejército zapatista de liberación), la Pavlichenko (francotiradora del ejército ruso y símbolo de la propaganda comunista) o la anarco-japonesa Kanno Sugako (voz de la violencia en el Japón de la era Meiji). Dice Podemos que "el integrismo machista no podrá destruir el arte y la lucha de los barrios feministas". Nos preguntamos a qué se le llama arte y si Madrid está dividido o escuadrado en barrios feministas y machistas.

En Sevilla, mientras tanto, se ha desatado un turbión respecto a la idoneidad o no del mural de la Virgen de la Macarena que la dirigencia del hospital homónimo ha colocado en una de sus rehabilitadas plantas. Somos más del mosaico bizantino de la Theotokos y de la dulzura divina pero heladora del Giotto. Respecto a la Macarena, recordamos con agrado el efecto pop que ideó Manolo Cuervo sobre el popular rostro de la Esperanza. El laicismo empanado ha cargado contra el mural por atentar supuestamente contra el Estado aconfesional (artículo 16.3 de la Constitución). Y el bando opuesto ha arremetido en las redes con más salivazos que argumentos contra el fanatismo laico. Pero nadie ha dicho nada sobre la valía artística del mural. Varios artistas han reinterpretado el rostro de la Macarena y lo han expuesto en serie, como si fueran estampitas deformes sacadas de una vieja billetera del mercadillo de El Jueves. Más que arte nos parece una metralla de Titanlux y una ofensa a los valores de la piedad religiosa. Creyentes, ateos, pasotas y hasta laicistas bobos y no bobos merecíamos otra cosa.


El mensaje del mural feminista de Madrid

El País. Editorial del 27/01/21


La política está jalonada de símbolos capaces de grabar en la memoria colectiva el signo de los tiempos y, sobre todo, el espíritu de la misión que los gobernantes persiguen en cada etapa. En ese contexto, es interesante yuxtaponer la iniciativa de la Administración de Biden, que esta semana ha reactivado en Estados Unidos el plan para imprimir la imagen de la activista antiesclavista Harriet Tubman en un futuro billete —un plan ya existente que Trump paralizó—, y la iniciativa de PP, Ciudadanos y Vox en Madrid, que unieron sus votos la semana pasada en un distrito de la capital para eliminar un mural dedicado a mujeres destacadas de todo el mundo que los partidos aprobaron por unanimidad en mayo de 2018, cuando la ultraderecha no había irrumpido ni condicionaba la política municipal.

En aquella ocasión, tanto PP como Cs se sumaron a una iniciativa abierta a artistas y grafiteros por concurso, motivada por el rechazo a la violencia de género y dentro de un programa llamado Compartiendo muros que planteaba mejorar el paisaje urbano con participación vecinal. Los proyectos concursaron, los finalistas se publicaron y nadie se alarmó ante una pintada con rostros de mujeres que habían “roto barreras y superado retos” como Nina Simone, Rosa Parks, Rigoberta Menchú, Frida Kahlo, Chimamanda Ngozi y otras. Menos de tres años después, PP y Cs se han visto arrastrados, sin embargo, al bando contrario. Contrario a su propia postura.

En la retina guardamos cambios de régimen o victorias que llevaron a derribar estatuas de Lenin en el bloque soviético o de Sadam Husein en Irak. El afán de intervenir en el paisaje urbano, de destruir lo heredado y transformarlo para plasmar el cambio es consustancial a regímenes autoritarios que intentan demoler y borrar la etapa anterior o, en el caso inverso, a fuerzas demócratas que buscan frenar los homenajes a dictadores caídos.

En el caso de Madrid, el voto a favor de eliminar ese mural es solo un nuevo aviso de la oscuridad histórica creciente en la capital de España. La eliminación de los ministros Indalecio Prieto y Largo Caballero del callejero fue el precedente más grosero. De fondo, una guerra cultural iniciada con desgraciado éxito por Vox que avanza de la mano del PP, más preocupado por mantenerse en el poder con estas cesiones a la ultraderecha que por defender valores. Tras apoyar la lamentable iniciativa de Vox en la junta de distrito, Cs dio marcha atrás este martes en el pleno municipal. El PP, no. El plan de borrar a esas mujeres y sustituirlas por una imagen de deportistas “que no contenga mensajes políticos” ha naufragado. Pero todo ha quedado muy claro. El verdadero mensaje político, oscuro e inquietante, no son los retratos de esas mujeres: es pretender borrarlos.



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