sábado, 30 de enero de 2021

Artículos: Símbolos que molestan


Si es cristiano, el arte les ofende

Carlos Colón, Diario de Sevilla, 26/01/21

Hago algunas precisiones a la protesta de una asociación laicista porque en el Hospital Virgen Macarena, del que lo primero que les ofende es el nombre, se haya decorado un pasillo con un mural que reproduce en varias versiones el rostro de la Esperanza.

No es cierto que el mural infrinja "flagrantemente la aconfesionalidad del Estado establecida en el artículo 16.3 de la Constitución". Dicho artículo dice: "Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia católica y las demás confesiones". Y un mural con el rostro de la Macarena en un hospital público no confiere carácter estatal al catolicismo.

No es cierto que se trate de una "falta de respeto a los usuarios del servicio público de salud que ostentan distintas confesiones o ninguna". Porque, además de un símbolo religioso católico, se trata de una obra de arte del siglo XVII que quien practique cualquier religión o ninguna puede apreciar por su valor y belleza como se apreciaría una escultura pagana, una Pachamama, un Buda de la Gran Compasión o una Mano de Fátima. Seguro que en estos casos no se habría protestado porque lo que molesta no es su carácter religioso, sino que sea cristiana.

No es cierto que la religión deba mantenerse constitucionalmente en el ámbito privado, fuera del espacio público y común. No debe confundirse la separación entre el Estado y la Iglesia con el laicismo que pretende censurar las libres expresiones públicas de la Iglesia y de los católicos recluyéndolas en el ámbito privado. La Iglesia y los católicos tienen tanto derecho a intervenir en el espacio público como cualquier otra asociación y otros ciudadanos a hacerlo aportando sus convicciones o valores. El primer punto del artículo de la Constitución invocado "garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley". Y no creo que un mural de la Esperanza atente contra el orden público.

Es oportuno recordar lo que dijo Tierno Galván cuando se negó a quitar el crucifijo de su despacho: "No soy creyente. Pero la figura del Crucificado es para mí un gran símbolo: es el hombre que dio su vida por defender hasta el final una causa noble".


La horterada macarena 

Javier González Cotta, Diario de Sevilla, 27/01/21


En Sevilla y Madrid el personal anda tirándose murales a la cabeza. La villa y corte ha estrenado con fuerza 2021. Tercera ola aparte, la capital sufrió la telúrica explosión de gas en la calle de Toledo y aún se recupera de la ira blanca de Filomena. Ahora andan con polémica de género por un mural feminista pintado en un polideportivo de Ciudad Lineal. La Junta de Distrito ha decidido borrarlo y sustituirlo por otro inspirado en el deporte paralímpico. Aduce el munícipe de turno del PP que en el mural morado hay más carga ideológica que sincera lucha por la igualdad. El murete de la discordia ofrece rostros de mujeres de combativo historial. Aparte de la inevitable Frida Kahlo (no sabemos qué le ven de icónico a la ubicua cejijunta), aparecen los retratos de la afroamericana Rosa Parks, la literata Chimamanda Ngozi o la filósofa marxista Angela Davis. También aparecen mujeres que el munícipe no considera ejemplares. Entre ellas la comandanta Ramona (que utilizó a niños soldado para el ejército zapatista de liberación), la Pavlichenko (francotiradora del ejército ruso y símbolo de la propaganda comunista) o la anarco-japonesa Kanno Sugako (voz de la violencia en el Japón de la era Meiji). Dice Podemos que "el integrismo machista no podrá destruir el arte y la lucha de los barrios feministas". Nos preguntamos a qué se le llama arte y si Madrid está dividido o escuadrado en barrios feministas y machistas.

En Sevilla, mientras tanto, se ha desatado un turbión respecto a la idoneidad o no del mural de la Virgen de la Macarena que la dirigencia del hospital homónimo ha colocado en una de sus rehabilitadas plantas. Somos más del mosaico bizantino de la Theotokos y de la dulzura divina pero heladora del Giotto. Respecto a la Macarena, recordamos con agrado el efecto pop que ideó Manolo Cuervo sobre el popular rostro de la Esperanza. El laicismo empanado ha cargado contra el mural por atentar supuestamente contra el Estado aconfesional (artículo 16.3 de la Constitución). Y el bando opuesto ha arremetido en las redes con más salivazos que argumentos contra el fanatismo laico. Pero nadie ha dicho nada sobre la valía artística del mural. Varios artistas han reinterpretado el rostro de la Macarena y lo han expuesto en serie, como si fueran estampitas deformes sacadas de una vieja billetera del mercadillo de El Jueves. Más que arte nos parece una metralla de Titanlux y una ofensa a los valores de la piedad religiosa. Creyentes, ateos, pasotas y hasta laicistas bobos y no bobos merecíamos otra cosa.


El mensaje del mural feminista de Madrid

El País. Editorial del 27/01/21


La política está jalonada de símbolos capaces de grabar en la memoria colectiva el signo de los tiempos y, sobre todo, el espíritu de la misión que los gobernantes persiguen en cada etapa. En ese contexto, es interesante yuxtaponer la iniciativa de la Administración de Biden, que esta semana ha reactivado en Estados Unidos el plan para imprimir la imagen de la activista antiesclavista Harriet Tubman en un futuro billete —un plan ya existente que Trump paralizó—, y la iniciativa de PP, Ciudadanos y Vox en Madrid, que unieron sus votos la semana pasada en un distrito de la capital para eliminar un mural dedicado a mujeres destacadas de todo el mundo que los partidos aprobaron por unanimidad en mayo de 2018, cuando la ultraderecha no había irrumpido ni condicionaba la política municipal.

En aquella ocasión, tanto PP como Cs se sumaron a una iniciativa abierta a artistas y grafiteros por concurso, motivada por el rechazo a la violencia de género y dentro de un programa llamado Compartiendo muros que planteaba mejorar el paisaje urbano con participación vecinal. Los proyectos concursaron, los finalistas se publicaron y nadie se alarmó ante una pintada con rostros de mujeres que habían “roto barreras y superado retos” como Nina Simone, Rosa Parks, Rigoberta Menchú, Frida Kahlo, Chimamanda Ngozi y otras. Menos de tres años después, PP y Cs se han visto arrastrados, sin embargo, al bando contrario. Contrario a su propia postura.

En la retina guardamos cambios de régimen o victorias que llevaron a derribar estatuas de Lenin en el bloque soviético o de Sadam Husein en Irak. El afán de intervenir en el paisaje urbano, de destruir lo heredado y transformarlo para plasmar el cambio es consustancial a regímenes autoritarios que intentan demoler y borrar la etapa anterior o, en el caso inverso, a fuerzas demócratas que buscan frenar los homenajes a dictadores caídos.

En el caso de Madrid, el voto a favor de eliminar ese mural es solo un nuevo aviso de la oscuridad histórica creciente en la capital de España. La eliminación de los ministros Indalecio Prieto y Largo Caballero del callejero fue el precedente más grosero. De fondo, una guerra cultural iniciada con desgraciado éxito por Vox que avanza de la mano del PP, más preocupado por mantenerse en el poder con estas cesiones a la ultraderecha que por defender valores. Tras apoyar la lamentable iniciativa de Vox en la junta de distrito, Cs dio marcha atrás este martes en el pleno municipal. El PP, no. El plan de borrar a esas mujeres y sustituirlas por una imagen de deportistas “que no contenga mensajes políticos” ha naufragado. Pero todo ha quedado muy claro. El verdadero mensaje político, oscuro e inquietante, no son los retratos de esas mujeres: es pretender borrarlos.



viernes, 22 de enero de 2021

Artículos: Mendigos

LOS QUE DUERMEN EN LA HELADA

Juan Soto Ivars. El Confidencial, 13/01/2021

Estos días unos jugaban con la nieve y otros morían en la calle. Podéis dividir a la gente por las infinitas líneas imaginarias de la ideología, la patria, el credo, el género o la raza como una pajarita de papiroflexia, pero cuando el frío pasa sus dedos por nuestros pescuezos no hay más distinción que entre los que tienen casa y los que no. Las estufas apagadas por la subida del precio de la luz que este Gobierno juró que no permitiría son un drama. Que tu única pared sea una manta y un cartón es la auténtica tragedia.

La calle es un pozo negro. Allí solo duerme quien se ha despeñado hasta el fondo. Muchos, en la caída, quedaron enganchados en la rama de la casa de sus padres o la de un amigo y se salvaron, pero los hay que no tienen nada de esto. Los verás doblando una manta en el portal, apilando cartones o tomando el sol en un banco junto al carrito lleno de bolsas. La acera los recibió con la indiferencia con que acoge las cagadas de los pájaros. Como pasa con los anillos de los troncos, puedes contar los meses de calle en el número de arrugas que tienen debajo de los ojos. Desde ahí ya no se puede caer más bajo a no ser que te tires por un puente.

Mucha gente cree que es tabú aquello que no le dejan hacer o decir, pero tabú es por encima de todo lo que está presente, delante de nuestras narices, y no somos capaces de ver. Por ejemplo, los traumas, o la ideología, o la posibilidad de una pandemia hace un año. Y también los mendigos que viven en nuestra ciudad. Están por todas partes y su condición termina camuflándolos. Naipaul dijo que los intocables de la India defecaban en las aceras sin que nadie escribiera sobre ellos, y por aquí también tenemos castas.

Detestamos mirarlos porque encienden el desprecio o el sentimiento de culpa, la compasión o el asco, o todo a la vez. Buscamos explicaciones tranquilizadoras y sencillas, y los cortamos por el patrón del yonquipara creer que eso no podría pasarnos a nosotros, pero no es cierto. Dame cualquier letra del diccionario y te mostraré caminos que llevan a la mendicidad. Por ejemplo, un divorcio, un desahucio o un despido; una discusión, la depresión, el delirio; la dipsomanía o la dependencia; el desprecio, la droga; el dinero, el dolor, hasta el destino.

Pero el terror a terminar como ellos no es el único motivo por el que apartamos la mirada de ellos incluso cuando les hemos dado una moneda. Pienso que lo hacemos porque necesitamos atajos para escapar del efecto que supone su presencia, porque basta verlos para que se tambalee el sistema simbólico de lo que es una ciudad. Los mendigos son como una pieza suelta que encontramos en la mesa justo cuando creíamos que habíamos montado el reloj.

Viven junto a nosotros sin ser vecinos de nadie porque la vecindad es una condición que proporciona el acceso a la vivienda; no participan del comercio, sino que piden dinero; no dan paseos, sino que deambulan; no hacen un descanso, sino que vegetan, y duermen en los portales como el extranjero que se quedó atrapado en la muralla de la ciudad. Habitan en los márgenes y de ahí reciben su condición marginal.

Cuando era un crío, a principios de los noventa, vivía en un pueblo de Murcia y esto significa que no había visto nunca un negro, ni tampoco un mendigo. El primer negro lo vi con 10 o 12 años y me sorprendió que no manchara las cosas que tocaba de pintura como hacía el rey Baltasar. El primer mendigo era un viejo que pedía por la zona de la catedral y al que mi padre nunca le quería dar dinero, porque algo habría hecho.

La impresión infantil crecía después, cuando llegábamos a casa y me metía en la cama, y mucho tiempo después leí la mejor definición del mendigo que se ha hecho en la pintada de una pared que decía “camas para todos”. Supe que el mendigo es una persona sin cama, y no se me ocurre una condición más cruel.

El año pasado murieron en las calles de Barcelona 54 mendigos. En la última ola de frío, que se sepa, han muerto dos.


SONRÍE, NO ERES YO

Andrés  Barba, El País, 02/08/2020

Lo confieso, mi momento favorito de la contrahistoria de la Filosofía es cuando Alejandro Magno, atraído por su fama, se planta frente al filósofo-indigente Diógenes de Sínope, que vive, según la tradición, despojado de todo en un tonel de las calles de Atenas, y le dice: “Pídeme lo que quieras”, a lo que Diógenes contesta: “Apártate, que me estás quitando el sol”. La hermenéutica ha producido, como no podía ser de otra forma, toneladas de crítica sobre cómo esa frase aparentemente banal fue el primer statement situacionista de la historia: la petición, por parte de Diógenes, de que el hombre más poderoso del mundo reconociera abiertamente, con un solo paso, su inferioridad frente él. Pero es incluso más interesante pensar en la secuencia restándole la testosterona. Y es que el mundo de los filósofos cínicos tiene la ventaja de que funciona también desde la estricta literalidad. “Apártate, que me estás quitando el sol” pudo muy bien significar sencillamente eso: “Apártate, que me estás quitando el sol”. Es decir, nada. 

Siempre lo había pensado así, pero nunca lo había entendido hasta que la vida me puso en el camino a un verdadero Diógenes. Sucedió entre los meses de septiembre y octubre del año pasado, en Nueva York. Mi Diógenes se sentaba entre la calle 42 y la Quinta Avenida, en la esquina de Bryant Park, seguramente para almorzar las sobras de los almuerzos de los oficinistas de Midtown. Tenía unos 30 años, barba oscura, un olor a cuadra que abarcaba un radio de dos metros y unos modales extraños, como de pijo de incógnito al que busca su familia. La primera vez que le vi pedía dinero junto a un chucho inquietantemente pulcro y un cartel que me pareció maravilloso: “I am here, you are there” (Yo estoy aquí, tú estás allí). Sentí como si se hubiese materializado una mezcla entre personaje de Alicia en el País de las Maravillas, filósofo presocrático y variación del The Walrus de los Beatles. Le sonreí. No me devolvió la sonrisa. No era de extrañar. Yo estaba aquí, él estaba allí.

Nunca usaba dos veces el mismo cartel y los escribía con una letra bonita, pero demasiado nerviosa como para demostrar esmero. Durante los meses siguientes ir a la Biblioteca Pública tenía el aliciente de ver qué había escrito Diógenes. Me arrepiento profundamente de no haberlos apuntado todos. En mis notas encuentro algunos memorables: “Jesus loves you, I don’t” (Jesús te ama, yo no) y mi favorito: “Smile, you are not me” (Sonríe, no eres yo). Había veces que pedía directamente el menú: “Avocado & tuna sandwich, please” (Un sándwich de aguacate y atún, por favor). Otras manifestaba su buena disposición: “Today small talks allowed” (Hoy se permiten conversaciones triviales), o sus necesidades: “Metrocard” (Bonometro). En ocasiones ni siquiera tenía cartel, solo una mirada de adolescente vago o de loco común que le daba ese aire de violencia latente que siempre tienen los locos de Nueva York, capaces de convertir una escena ordinaria en un delirio en solo unos segundos. Algo me decía que no iba a tardar en desaparecer de la noche a la mañana —como efectivamente ocurrió— y ahora me pregunto qué habrá sido de él en esta pandemia salvaje, en qué agujero estará escondido. No descarto que esté enterrado en la fosa común de la isla de Hart o sentado en alguna esquina junto al mismo chucho, haciendo bromas sobre la fosa común de la isla de Hart. Solo una vez me animé a detenerme frente a él. Había construido una pequeña canasta de papel para que la gente tirara su dinero. Yo hice una bolita con un billete de 10 dólares y probé puntería. No conseguí encestar y sonreí para desquitarme la incomodidad. “Perdiste”, dijo. “Lo sé”, respondí yo. Luego, supongo que como Alejandro Magno al alejarse de Diógenes, me quedé pensando si lo que me había dicho era una banalidad o una sentencia de muerte. 

MENDIGOS

Laura Freixas, 01/01/2021


Se han fijado en cuánta gente pide ­limosna por las calles? El otro día los conté: paseando con una amiga por Sarrià, en una hora se nos acercaron seis. Ya, ya sabemos: la pandemia ha aumen­tado las desigualdades. Si en lo sanitario, la covid se ceba en quienes tienen patologías previas, también su efecto social consiste en atacar a los que ya eran débiles: quienes ­tienen empleos precarios, quienes cargan con el trabajo de cuidados que ya no asumen las escuelas, guarderías o centros de día para mayores...

Lo sabemos, pero quizá no nos afecta. Yo he terminado el 2020 con una sensación agridulce: para mí y los míos ha sido un año aburrido, pesado, pero pacífico..., y sin embargo sé, sabemos, de las tragedias y desastres a nuestro alrededor. Una sensación extraña, que me recuerda ese cuadro de Dalí ( Sueño causado por el vuelo de una abeja... ) en el que una mujer desnuda es atacada por dos tigres, que, sin embargo, no logran tocarla.

Cuando una mendiga o mendigo se me acerca, no sé qué hacer. Si les doy unas monedas, me siento como el niño rico deCorazón de Edmondo de Amicis (que leía de pequeña), con el chófer abriéndole la portezuela, ante la mirada enternecida de su mamá envuelta en pieles en el fondo del lujoso automóvil, para que deposite su óbolo en la mano tendida del niño harapiento que le da las gracias entre lágrimas... Sé que de poco sirve dar limosna, incluso es contraproducente. Pero tampoco puedo encogerme de hombros, justificándome con el mito de la meritocracia. Yo he trabajado mucho, desde luego, para llegar adonde sea que estoy, pero sé que ni yo, ni casi nadie, puede decir eso de “a mí nadie me ha regalado nada”. Me regalaron tener padres, buena salud, no pasar hambre, poder estudiar, no conocer la guerra. Dudo que las y los indigentes puedan decir lo mismo.

Entonces, si a esas personas que creo que merecen ayuda no se la doy, ¿qué hago por ellas? Pues, por ejemplo, y recordando una frase de no sé quién que solía citar mi padre: “Hoy en día, la caridad es política”, voy a aprovechar que tengo una tribuna en un periódico, este, para pedir que se suban los impuestos. La presión fiscal representa en España el 35% del PIB, frente al 40% de la Unión Europea. Paguemos más para tener más servicios sociales; para no pasar la vergüenza que, como sociedad, debería darnos tener pordioseros en las calles.





sábado, 9 de enero de 2021

Artículos: Ciencias y letras

SER DE LETRAS

Manuel Vicent, El País, 6-12-2020

En plena adolescencia a cualquier estudiante se le plantea a su manera la duda de Hamlet: afrontar con ardua entereza el mundo de Pitágoras o dormir, tal vez soñar, navegando plácidamente el cielo de Platón. A partir de un momento en su ánimo se establece el dilema existencial entre álgebra o latín, cálculo o historia, Newton o lengua, Galileo o Miguel Ángel, biología o humanismo, Darwin o Génesis, física cuántica o filosofía, telescopio Hubble o Dios creador del universo. Ser de letras o de ciencias también es una forma distinta de ser y de vivir. Hasta ahora este ha sido un país de letras, poblado de moralistas y leguleyos especialistas en retorcer el verbo hasta convertirlo en puro flato. En las plazas y en los jardines públicos se levantan las estatuas de insignes figuras del pasado, que en su mayoría han sido reyes, santos, conquistadores, políticos, humanistas, jurisconsultos y otros próceres que han gastado su vida echando palabras por la boca y ahora desde el pedestal con el brazo extendido señalan con el dedo un camino de la historia generalmente equivocado; apenas hay algunos científicos esporádicos que hayan merecido el honor del bronce o del mármol. Hubo un tiempo en que por todas partes florecían los pensadores que nos tenían subyugados, pero hoy no existe una figura en el campo del pensamiento, de la cultura, de la política a la que agarrarse. Nadie sabe adónde han ido a parar aquellos intelectuales con pipa, dueños de la verdad y de todas las certezas. El mundo ya no es de letras. En plena confusión la ciencia ha ocupado todo el espacio. Ahora los intelectuales son los científicos, los laboratorios son las sacristías de la nueva religión; en ellas la física cuántica también es filosofía, la biología molecular no se distingue de la poesía, la teología es el vacío. 



TÚ A CIENCIAS, YO A HUMANIDADESa

Pablo Simón, El País. 21/12/2020


Cualquiera que se dé un paseo por las aulas de una universidad constatará dos hechos. De un lado, que las mujeres son claramente mayoría y, del otro, que la distribución por género entre las carreras sigue siendo desigual. Las mujeres, como también pasa en el mercado de trabajo, suelen optar más por estudios ligados a la administración, humanidades o de cuidados. Por su parte, los hombres prefieren grados que implican conocimientos en matemáticas, ciencias y tecnología. 

Tradicionalmente este reparto de roles de género solía ligarse a diferencias “biológicas” las cuales, se suponía, predisponen a determinadas tareas. Sin embargo, la presencia femenina en las diferentes ocupaciones ha cambiado con el tiempo; véase como en 1990 en España había solo un 4% de ingenieras o 6,5% de arquitectas y hoy alcanzan en ambos casos el 21%. Si la biología no cambia, pero su presencia sí, la tesis “naturalista” está descartada y solo quedan dos grandes argumentos. 

Una explicación plantea que estas diferencias son una cuestión de preferencias personales. Si muchas mujeres anticipan una carrera laboral discontinua (por ejemplo, por la maternidad), prefieren empleos más flexibles, incluso cuando eso les pueda penalizar en salario o perspectivas profesionales. La explicación alternativa pone énfasis en los estereotipos de género. Como durante la infancia se adquiere una serie de pautas de conducta ligadas a ser hombre o mujer, cada cual selecciona ocupaciones y estudios acordes. Las mujeres son socializadas con más frecuencia en el trabajo doméstico y de cuidados, luego suelen desarrollar aspiraciones en ese sentido frente a los hombres, para los que se enfatiza el desarrollo profesional y obtener mejores ocupaciones. 

En esta línea el papel de modelos que rompan con los clichés de género es clave. Un experimento reciente de Porter y Serra demostró que la exposición de estudiantes femeninas a otras mujeres que se graduaron con éxito en economía en la misma universidad aumentó en ocho puntos su propensión a estudiar en ese campo. Dicho de otro modo, que las preferencias son condicionales a lo que podemos imaginar sobre nosotros mismos y que la existencia de referentes femeninos puede cambiar las elecciones (profesionales) de las mujeres. 

Uno podría pensar que los campos de estudios y ocupación son algo anecdótico, pero no lo es en absoluto; según entran las mujeres en un determinado sector productivo la remuneración promedio de este tiende a reducirse. Por lo tanto, las causas de la segregación son más sutiles. Las mujeres están insertas en el mundo laboral, tienen más formación… y, sin embargo, no basta. Ya no es estudiar, es qué estudias. Ya no es el título, es qué habilidades te trasmite tu entorno para poder prosperar. Por eso en políticas de igualdad importa tanto la construcción de referentes: solo si hombres y mujeres son capaces de imaginarse libres podrán serlo de manera efectiva.

Y TÚ, LEONARDO, ¿ERES DE CIENCIAS O DE LETRAS?

Jorge Marirrodriga, El País, 9/11/2018

Decimos que nuestro sistema educativo obliga a chicos y chicas de 14 o 15 años a optar demasiado pronto por un camino concreto de su formación. “Ciencias o letras” le llamamos (aunque los de letras deberíamos contraatacar diciendo: “Humanidades y números”, pero eso es otro artículo). En realidad, los padres, tíos o invitados que pasan/pasamos por ahí también colaboramos en el carácter forzado de la elección. Vemos a un familiar de esa edad, no sabemos qué decir y seguro que antes de treinta segundos soltamos: “Y tú, ¿de ciencias o de letras?” “Ni idea”. “Pues ya te toca elegir” Es verdad que hoy en día los jóvenes tienen más recursos para dejar fuera de juego a quienes les preguntan “¿Y tú qué quieres ser?” “Youtuber, streamer, o influencer en general. Y si tiene que ver con Fornite, mejor”. “Hummm... Ahhh, creo que voy a la cocina a buscar algo”.

Imaginemos ahora que abordamos a un adolescente en una reunión familiar y tras las dos frases de rigor, y sin saber qué añadir, le hacemos la pregunta fatídica. Y él o ella, sin mirar a los ojos —son así— nos dice: “Ni idea... me gusta saber cómo funcionan las cosas y tengo algunas ideas sobre máquinas que podría construir. Pero también me gusta pintar. No se me da mal. Y me encanta hacer cosas con las manos. Mira, de este yogur que tengo en la mano acabo de sacar la cara de la abuela. ¡Ah! Adoro escribir. Escribo sobre todo; lo que pienso, lo que hago y lo que podría hacer. Como mis hermanos son unos cotillas (perdona, pero creo que lo han heredado de tu rama familiar) escribo de forma que solo se pueda leer en un espejo. Y lo hago con ambas manos. También me fascina la medicina y cómo funciona el cuerpo humano. Toco tres o cuatro instrumentos. No pongas esa cara. En realidad es fácil, solo hay que comprender el código matemático de las partituras. Claro que no estaría mal tratar de hacer más fácil la vida a los demás. ¿Sabes? El lío del tráfico tiene mucho que ver con el trazado urbanístico... o tal vez con los políticos que se creen muy importantes; deberían leer a Marco Aurelio...”.

Florencia ha comenzado a celebrar el quinto centenario de Leonardo da Vinci. Un italiano universal cuya vida merece la pena conocer, y al que afortunadamente nadie preguntó: “Tú, ¿ciencias o letras?”.